Fuente: Patino G., Susana, El profesor como Transmisor de valores. Editado por el ITESM Campus Monterrey Centro de Valores Éticos, México, 1994 Pag. 82-84
La racionalidad en los argumentos morales requiere que se desarrollen y perfeccionen ciertas habilidades. Los errores en el razonamiento moral no siempre se desprenden de la falsedad de premisas empíricas, o de principios morales injustificados, es decir del empleo inadecuado de la lógica inductiva o deductiva. Algunas veces las fallas ocurren como resultado de falacias o engaños que utilizamos para persuadir a otros o persuadirnos a nosotros mismos de nuestros juicios morales en un nivel emocional o psicológico en el cual dejamos de lado la racionalidad. A continuación revisaremos algunas falacias lógicas que se utilizan con frecuencia en las discusiones éticas y que nos permitirán tener un pensamiento más claro en los asuntos morales.
- La falacia “ad hominem”.
Cuando se discuten posiciones morales, el desacuerdo entre las personas es la regla y no la excepción. Al escuchar argumentos que disienten de la posición que defendemos, la reacción lógica supondría criticar la posición sostenida por la parte contraria y no a la persona o personas que están en desacuerdo con nosotros.
La falacia ad hominem consiste en atacar a la persona o grupo oponente en vez de criticar los argumentos que nos presentan. Las razones por las cuales caemos en este tipo de error tienen que ver con cuestiones emocionales en las cuales involucramos nuestro ego, que en vez de asumir la actitud de humildad socrática se defiende y ataca irracionalmente. Así, nos es difícil el aceptar la validez del punto de vista de una persona que nos resulta antipática, o bien, interpretamos los argumentos en contra de nuestra posición como un ataque personal y no como una critica a nuestros argumentos en sí.
La falacia ad hominem se presenta como un ataque contra la personalidad o el carácter del oponente. El ataque puede incluir observaciones degradantes aludiendo a referentes culturales, sociales, raciales o sexistas. También pueden hacerse insinuaciones ofensivas sobre los motivos ulteriores o intereses ocultos del oponente.
En síntesis, siempre que se intenta desviar el foco de atención del asunto que se debate atacando a la persona que expone el punto de vista contrario, y no el argumento en sí, caemos en este error.
- La falacia del razonamiento circular.
Esta falacia consiste en utilizar como premisa de un argumento la conclusión que uno trata de establecer.
Supongamos, por ejemplo, que alguien nos pregunta cómo sabemos que Dios existe. Ahora supongamos que la respuesta sea: «Así lo dice la Biblia». El que pregunta puede continuar, «¿Y cómo sabes que la Biblia dice la verdad?» Si la siguiente respuesta es «Porque está inspirada en la palabra de Dios», habremos hecho un razonamiento circular tratando de probar la existencia de Dios por medio de la Biblia cuya verdad inspirada presupone la existencia de Dios.
- La justificación de un mal con otro mal.
Cuando cometemos esta falacia, tratamos de defender una acción equivocada aludiendo a otra instancia igualmente equivocada. Por ejemplo, si un oficial de tránsito nos detiene por conducir a alta velocidad y tratamos de evitar la sanción alegando que muchos otros vehículos también transitan con exceso de velocidad por la misma avenida y en ese mismo momento, estaremos cayendo en este error.
En otras palabras, una mala acción no puede ser justificada señalando otra mala acción.
El profesor estará familiarizado con esta falacia que a menudo es utilizada por los estudiantes para justificar la copia y evitar la sanción, argumentando que «otros también copiaron».
- La falacia por anticipación de consecuencias.
Este error consiste en objetar una posición porque asumimos indebidamente que la aceptación de la misma seguramente conducirá a consecuencias indeseables. Por ejemplo, se puede objetar a la legalización del aborto sobre la base de que de hacerlo, esto inevitablemente conducirá al infanticidio y eventualmente al genocidio. Nótese que la objeción no es en contra del aborto sino del infanticidio y genocidio al cual asumimos como consecuencia de dicha legalización.
Sin embargo, la conclusión que se presenta aquí, no es inevitable. El aceptar la legalización del aborto no implica que estemos a favor del infanticidio o del genocidio. Tales prácticas deben ser consideradas por separado y evaluadas en sus propios términos. El hecho de que la práctica del aborto pueda o no desensibilizarnos hacia ciertas formas de vida, no garantiza el que nos hagamos tan duros hasta el punto de llegar al exterminio de bebés o de personas que consideramos objetables. En otras palabras, no existe una conexión causal necesaria entre el aborto y el infanticidio y/o genocidio.
- La falacia de apelar a la autoridad.
Algunas veces se argumentan las posiciones morales apelando a la autoridad. Algunos tipos de autoridad pueden ser apropiados, mientras que otros no. Entre estos últimos se destacan las nociones de popularidad y democracia. En este caso, los argumentos se sostienen apelando únicamente a los números. Retomando el asunto del aborto, podría decirse por ejemplo, que «El aborto debe de ser legalizado debido a que la mayoría de ciudadanos (en una región determinada) están a favor de ello.»
Este tipo de razonamiento no es muy diferente en su forma de decir; «La esclavitud estaba bien y debía de haber sido aceptada en el sur de los Estados Unidos simplemente porque la mayoría de los sureños estaba a su favor».
Para ponerlo de manera simple, la mayoría puede estar equivocada.
Los puntos de vista sostenidos por la mayoría y las acciones que de éstos se desprenden, pueden violar sólidos principios de moralidad y conducta ética.
Por lo tanto, no debemos dejarnos influir moralmente por la autoridad de la opinión mayoritaria.
Otra forma incorrecta de apelar a la autoridad puede involucrar la sabiduría tradicional. Algunas acciones se tratan de justificar apoyándose de manera exclusiva en convenciones del pasado que no necesariamente pueden justificarse. Decir, «X está bien porque así es como siempre ha sido» es la forma típica que toman los argumentos de este tipo.
Si bien en las ciencias empíricas es correcto apelar a la autoridad reconocida y probada de los expertos, en el terreno de los valores, que no están sujetos a comprobación empírica, esta actitud se hace riesgosa.
Por lo tanto los conflictos morales deben ser abordados racionalmente y no por referencia a opiniones ‘autorizadas’.
En breve, podemos considerar como regla general para nuestros argumentos éticos, que apelar a la autoridad es un procedimiento incorrecto.
- La falacia de desviar la atención.
Esta falacia consiste en abordar un asunto que tiene muy poca o ninguna relación con el tema que se discute, con la finalidad de desviar la atención hacia una posición que puede defenderse más fácilmente.
Esta estrategia es un procedimiento de contra-ataque, ya que el debate se desvía hacia un terreno en el cual se poseen argumentos más sólidos.
Falikowski nos ofrece como ejemplo de esta maniobra la respuesta que en 1972 ofreció el primer ministro del Canadá, Fierre Elliot Trudeau cuando le preguntaron qué había pasado con la «Sociedad Justa» que había ‘ prometido en 1968. Trudeau tomo la ofensiva sugiriéndole al interrogador que le preguntara a Jesucristo qué había pasado con la sociedad justa prometida hace dos mil años.
Implícitamente Trudeau estaba sugiriendo que no se podía esperar que él cumpliera su promesa sí el mismo Cristo había fallado en cumplir la suya. Por supuesto que la analogía entre hacer promesas en una campaña política y la esperanza cristiana de paz y buena voluntad es bastante cuestionable, comenta Falikowski. Sin embargo, Trudeau tuvo éxito al desviar la atención y dejar atrás el asunto de su promesa de justicia social.
- La falacia del desprestigio por asociación.
Esta falacia consiste en el intento de desacreditar la posición del oponente o al oponente mismo llamando la atención sobre la relación que tiene el oponente con algún individuo o grupo que ya está desacreditado.
El intento de descrédito no es directo, como sucede en los argumentos ad hominem, sino que más bien es indirecto. La «culpa» del individuo o grupo desacreditado se transfiere al oponente de manera muy sutil.
En las actividades políticas esta estrategia o «juego sucio» se utiliza con frecuencia, intentando debilitar la credibilidad e integridad de un candidato,
sacando a relucir la reputación dudosa de parientes cercanos o lejanos, o sugiriendo supuestas relaciones en el pasado con grupos subversivos, etcétera.
Hasta aquí sólo hemos discutido algunas de las falacias del razonamiento moral. Existen muchos otros problemas u obstáculos que podrían impedir, en un momento dado, una actitud estrictamente racional para abordar los asuntos éticos, como por ejemplo el problema de la ambigüedad y/o vaguedad de los términos que utilizamos, el recurrir a tautologías en nuestras definiciones, la tendencia hacia la racionalización como mecanismo de defensa psicológico, la confusión entre lo que se debe hacer y lo que se puede hacer, etcétera.
No es nuestra intención el ser exhaustivos en esta exposición, sino que nuestro propósito podría resumirse en recomendar una actitud de reflexión y análisis crítico constante que nos permita desarrollar y perfeccionar las habilidades de razonamiento ético.
Referencia bibliográfica:
Falikowski, A.F. Moral Philosophy. Theories, Skills and Applications. Prentice.-Ha.ll, Inc., U.S.A. 1990. (pp. 120-134).